EL EXTRAÑO

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Ante aquel que notamos extraño sólo caben tres actitudes; amarlo, ignorarlo o detestarlo…

París. Año 18**. Cuando el barón F** von B** llegó a la capital francesa lo que más le causó estupefación fue la falsa afabilidad de los franceses, en especial la de los franceses de las capas más altas. Mientras que la población indigente, pobre o simplemente obrera vivían en una mediocre existencia carente de falsos oropeles pero también de valores espirituales.

Por eso cuando conoció a la bella y dulce U** se sintió como si hubiese contemplado un amanecer después de semanas de pesares y tormentas.

U** era la hija única de un modesto zapatero de larga barba, pelo cano y ojos cansados. Su hija era la flor viva de su gris existencia junto con su oficio porque para el anciano zapatero su oficio era un arte y en él se sentía un creador aun cuando nadie más lo notase, aun cuando todo el mundo se burlase, aun cuando a nadie le importase.

Al tercer año de su llegada a Francia el padre de U** entregó su alma y ella se marchó a vivir con el barón a tierras alemanas.

Pero si en París el barón se había sentido un extraño al regresar a su país notó el mismo sentimiento porque la gente ya no lo apreciaba como antes. Lo criticaban por haberse traído a una chica francesa sin fortuna y sin títulos de nobleza.

Sólo U** lo adoraba incluso cuando perdió sus tierras y su riqueza, incluso cuando sólo tuvo el suelo del bosque como cama.
FÍN

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